Dentro de los valores humanos, los
más excelsos son los que concretan el perfil de una madre.
El rasgo más sublime de la naturaleza le
pertenece a la madre: la mujer es portadora de vida, sólo ella tiene este
privilegio. Es por eso, que junto a dicha capacidad de engendrar, se le ha sido
concedido un paquete de virtudes, valores y destrezas que la soportan, la
socorren y la fortalecen para ejercer a plenitud su loable función.
Aunque no resulta fácil aglomerar en
cuatro puntos los valores que hacen a las madres únicas e irremplazables,
resaltamos los siguientes:
Una madre es comprensión: sus
palabras calman, sus caricias sanan y sus besos reconfortan. Nadie conoce mejor
a sus hijos que su propia madre; ella tiene la capacidad de entender los
distintos factores que influyen en su estado de ánimo y comportamiento. El alto
nivel de percepción de una madre, desarrollado por ese fuerte vínculo que hay
con el hijo, la hace en definitiva, la portadora por excelencia del valor de la
comprensión.
Una madre es responsabilidad: una
madre vela por el bienestar de sus hijos y de su hogar cueste lo que le cueste,
asume su rol con entereza, cumple con sus deberes y reconoce la gran
responsabilidad que se la ha sido asignada al consignarle la crianza de unos
seres humanos para hacer de ellos, maravillosas creaturas.
Una madre es paciencia: paciente ante
las situaciones arduas e ineludibles de la vida, paciente ante los conflictos
naturales que se presentan en el núcleo familiar, paciente ante las incansables
enseñanzas para hacer de sus hijos personas íntegras y valerosas: obra que
realizará sin tregua durante años y que tal vez nunca verá terminada. Una madre
vive la paciencia en grado excelso.
Una madre es amor: el amor a los
hijos es único y particular, perpetuo, transparente, carente de egoísmo y de
ambición personal. Por este amor la madre desafía hasta sus propias capacidades
y realiza actos verdaderamente increíbles para proteger o beneficiar a los
hijos.
El amor es el principio y el fin de los
valores humanos, es el que provee el punto de partida de las demás virtudes. Al
mirar la raíz de cada uno de los anteriores, el centro donde estos convergen,
es el amor. Porque amor no significa sacrificio sino donación, no significa
rencor sino perdón, no significa egoísmo sino tolerancia, amor es… MADRE.
Fraternalmente,
Jorge Enrique.
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